Como en el caso de otras tareas, a la hora de abordar esta, en la que se nos solicitaba que seleccionáramos algunos objetos representativos de las nuevas tecnologías digitales y justificáramos nuestra selección, opté por recurrir a mi experiencia personal. Es por eso que he elegido cinco tecnologías que, progresivamente, a lo largo de los últimos años, han encontrado un espacio en mi vida cotidiana: el teléfono móvil, el ordenador portátil, la cámara de fotos digital, el disco duro portátil y el GPS.
Teléfono móvil
Fue en mi 15 cumpleaños cuando mis padres, algo forzados por mi insistencia, me regalaron mi primer teléfono móvil. Hacía cosa de un año que algunos conocidos y familiares de mi edad habían adquirido uno, y deslumbrada por la posibilidad de conectarme con mis amigos, había estado un tiempo “dando la tabarra”. Un “Alcatel one touch view”, que entonces me pareció una maravilla y cuyas teclas desgasté por su casi exclusivo uso como fuente de envío de mensajes de texto, fue el afortunado.
A aquel, y si no recuerdo mal, le sucedieron otros tres móviles (con esto queda claro que nunca he sido víctima del síndrome de la continua actualización) hasta llegar al actual, que aunque ya podría incluirse en el paraguas de los llamados “smartphones”, ha sido apenas utilizado a tal efecto, ya que no he querido contratar tarifa de datos (¿como desahogo ante la frecuente conexión a la red, a través de otros dispositivos, en la que estoy sumida…?).
En relación al uso que le daba a los anteriores móviles, y vinculado a las posibilidades que estos ofrecían, utilizo el móvil actual no sólo para mandar mensajes de texto o hacer llamadas, sino también, y muy habitualmente, para hacer fotografías o grabaciones de audio y vídeo, animada probablemente por las cualidades de la cámara que posee, casi mejores que las de los dispositivos de gama media destinados específicamente a ello.
Si miro a mi alrededor, esta tecnología digital es de las más ampliamente extendidas (¡hasta mi madre, normalmente negada a su contacto con los nuevos medios, tiene uno y lo usa habitualmente!). Sin duda, y partiendo de su objeto inicial, el permitir conectar telefónicamente a personas situadas en cualquier entorno, incluidos los exteriores, ha supuesto un avance de grandes dimensiones, aunque ahora, a la luz de las últimas novedades, pueda parecernos nimio.
Ordenador portátil
Recuerdo que compré mi primer ordenador portátil en mi segundo año de universidad, cuando tenía 19 años. Por aquella época había adquirido también, auspiciada por uno de mis profesores, una memoria usb de 512 MB de capacidad, lo que en aquel entonces parecía una barbaridad.
Usuaria habitual del ordenador de mesa tardé un tiempo en explotar las ventajas que, frente a este, ofrecía el portátil. Al principio no lo sacaba de casa, y lo tenía emplazado en mi escritorio, lugar del que tampoco lo movía. Con el tiempo, y sobre todo a raíz de diversas estancias en el extranjero, a las que mi portátil me acompañó como elemento indispensable para estudiar, trabajar o comunicarme con mis familiares y amigos, fue cobrando protagonismo.
A día de hoy, en el que paso largas horas conectada, mi portátil (que ya no es aquel primero, que quedó obsoleto) se ha convertido en un compañero habitual en mis desplazamientos dentro y fuera de casa y que utilizo para diversidad de tareas: lectura de correo electrónico, consulta de redes sociales, búsqueda de información, aprendizaje, estudio, organización de planes, etc.
Como yo, son muchas las personas (a mi alrededor destacan aquellas con las que comparto entornos de aprendizaje o de trabajo) que en los últimos años han visto cómo el ordenador portátil se ha convertido, de algún modo, en una extensión de sí mismos. Tal vez, y con la proliferación de dispositivos como los teléfonos inteligentes o las “tabletas”, el monopolio que hasta ahora ocupaba esta tecnología vaya cediendo. Aún así, y en mi caso personal, creo que aún le quedan años de reinado.
Cámara de fotos digital
Fue otro cumpleaños, esta vez el de mis 23, el momento en que tuve mi propia cámara de fotos digital. Llevaba dos años trasteando con una de mis padres, mucho más obsoleta, pero que me había permitido sumergirme en un mundo muy diferente al analógico y sus dinámicas.
Con ella, y sobre todo a raíz de un verano pasado en el extranjero, descubrí las bondades y peligros de un dispositivo que permitía retratar lo que nos parecía, en comparación con las antiguas cámaras, infinitos instantes.
En la actualidad, y algún tiempo después de lo que cuento, es una dinámica habitual, además de tomar las fotografías, hacer luego más cosas con ellas, principalmente a través del ordenador: guardarlas, hacer selecciones, modificarlas, enviarlas o publicarlas en la red.
Aún así, a destacar se encuentra la posibilidad de que estas cámaras digitales compactas, aún estando en uso, entren progresivamente en decadencia, debido a que muchos teléfonos inteligentes ya llevan cámaras de gran resolución insertas, por un lado, y a que la gente realmente aficionada a la fotografía tiende a adquirir cámaras de fotos profesionales (aunque estas, en su gran mayoría, también sean digitales).
Disco duro portátil
Tanto había aumentado el “tamaño” de la información que nos interesaba almacenar y “transportar” que a mis 24 años me di cuenta de que los que ya podríamos llamar “tradicionales” pendrive se quedaban pequeños. Es entonces cuando llegó a mi vida el disco duro portátil, que tenía una capacidad decenas de veces mayor que la que tuvo mi primer ordenador de mesa.
En este disco duro o memoria externa empecé a almacenar, para facilitar su conservación y el traslado, todo tipo de información, en un primer momento sobre todo fotografías y películas.
Tras la primera, vino la segunda. En mi memoria actual, que utilizo fundamentalmente para hacer periódicas “copias de seguridad”, cabe toda mi historia a base de archivos: documentos, fotografías, archivos de música, archivos de vídeo, etc.
Estos aparatos se han extendido bastante entre los usuarios habituales del ordenador, aunque es posible que, con el tiempo, la tendencia sea la de utilizar espacios que, en la red, nos permitan almacenar nuestra información. Un ejemplo sería el de Dropbox, que yo llevo utilizando ya bastante tiempo para facilitar el almacenamiento y trabajo simultáneo en varios ordenadores de mis tareas en curso.
GPS
Un año después, a mis 25 años, me regalaban un GPS o “sistema de posicionamiento global”, que yo recibí encantada.
Mi sentido de la orientación en lo urbano puede que no se materialice con tanta plenitud en las grandes carreteras. Así pues, con el GPS me he atrevido a desplazarme alegremente con el coche hasta lugares que en otras ocasiones me habrían provocado cierta reticencia por temor a perderme.
Si bien en un principio sólo lo sacaba de casa cuando planeaba hacer algún recorrido fuera de los habituales, desde hace unos meses lo llevo en la guantera, como una parte integrante del coche, porque… reconozco que su uso me ha hecho algo dependiente de él y en el caso de planes improvisados su cercanía me reconforta.
Circulando por la ciudad o por la autopista ya es cada vez más común ver negras pantallitas pegadas al salpicadero. De hecho, muchos de los últimos coches traen el dispositivo de GPS integrado. Lo que consideramos un avance, y muchos ya un elemento casi imprescindible, ¿tiene sólo puntos positivos? ¿o no estará su uso mermando algunas de las habilidades que antes nos habíamos visto obligados a desarrollar…?